Renacer
Comenzar un nuevo curso es una página en blanco, un libro por escribir, un sueño listo para ser soñado. Una brizna de ilusión y deseo me embriaga un tantito cada mes de septiembre, como si estuvieran esperándome aventuras por vivir, personas por conocer, eventos imaginados que se dibujan ya en la mente, luminosos.
Una nunca sabe qué le traerá el nuevo año —que, en cierto modo, empieza ahora—, pero en estos momentos me siento con fuerzas para navegar lo que venga, disfrutar las aguas plácidas y guiar el timón con firmeza y pericia al sortear las tormentas que, sin duda, serán parte de la travesía.
Regreso de unas vacaciones en las que he recorrido media España: desde las lomas suaves y redondeadas de Cantabria, donde la lluvia regala un paisaje de infinitos matices de verdor, a la costa de Levante, donde me he dejado mecer por las olas leves del Mediterráneo, acunada entre el azul del cielo y el gris zafiro del mar. Entre medias, unos días visitando las raíces, un pequeño pueblo en los Montes de Toledo, donde buenos amigos me enseñaron un oasis de fresnos en mitad de las brasas del estío peninsular.
Conectar con la naturaleza me da paz. Ahora, de vuelta al asfalto, noto cómo es la práctica la que me devuelve a mi centro, la que me ayuda a parar, cuidar, observar, aprender. Cómo aquí, en el maremágnum madrileño, son otros paisajes los que se abren, otra belleza, la de las personas que se conectan en esta encrucijada, este cruce de caminos en el que nos encontramos todos, con rumbos dispares.
Las rutinas vuelven a tomar espacio y me propongo no huir de ellas, y más bien generar algunas que me ayuden en este ahora continuo y también en el futuro que construimos. Sé que no será fácil: la vida es un equilibrio en el que siempre hay, al menos, una pieza que no acaba de encajar. Concebimos el transitar como un puzzle que algún día cobrará sentido cuando, más bien, se amontona como un Tetris en el que decidir, a cada instante, qué hacer con las piezas que van cayendo en nuestras manos, sin parar.
Quizá el sentido es, tan solo, moldear una mente capaz de soltar y habitar la presencia con compasión y ternura. Entretanto nos tropezamos, caemos de bruces, nos levantamos de nuevo y practicamos lo más difícil de todo, la travesía sin fin de ser humano, con todos los regalos y dificultades que conlleva, y con la piedad que pongamos en el caminar.
Es septiembre y esta es, por tanto, una nueva oportunidad de renacer. Y renacer es un acto, un proceso, en un ciclo eterno de muerte y resurrección. Podemos tomar el lienzo en blanco que nos presenta la vida y lanzarnos a garabatear con alegría y cariño, sin pretender que la obra final sea exquisita sino, más bien, gozar del proceso. Ser niños que siempre, siempre, realizarán la obra más perfecta: expresar quiénes son, sin disfraz, mientras dibujan y se muestran libres, con transparencia.